El estupendo testimonio de Adrienne Vinciguerra

El estupendo testimonio de Adrienne Vinciguerra

𝗘𝗟 𝗧𝗘𝗦𝗧𝗜𝗠𝗢𝗡𝗜𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗦𝗜𝗚𝗨𝗘 𝗔 𝗖𝗢𝗡𝗧𝗜𝗡𝗨𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡 𝗙𝗨𝗘 𝗖𝗢𝗣𝗜𝗔𝗗𝗢 𝗗𝗘𝗟 𝗟𝗜𝗕𝗥𝗢 "𝗨𝗡 𝗦𝗜𝗚𝗟𝗢 𝗗𝗘 𝗖𝗨𝗥𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡 𝗣𝗢𝗥 𝗟𝗔 𝗖𝗜𝗘𝗡𝗖𝗜𝗔 𝗖𝗥𝗜𝗦𝗧𝗜𝗔𝗡𝗔" 𝗘𝗡 𝗘𝗟 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 "𝗟𝗔 𝗖𝗢𝗥𝗥𝗜𝗘𝗡𝗧𝗘 𝗗𝗘 𝗖𝗨𝗥𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡" 𝗗𝗘 𝗟𝗔𝗦 𝗣𝗔́𝗚𝗜𝗡𝗔𝗦 𝟭𝟯𝟬 𝗔 𝟭𝟯𝟵.

Muchas experiencias de la guerra jamás han sido narradas, excepto a amigos íntimos, y otras no pueden publicarse debido a que contienen información demasiado personal o son de índole demasiado políticas. El último testimonio de este grupo, se tomó de la grabación de un testimonio dado verbalmente, pero que nunca se había publicado antes. Se ofrece aquí con los detalles originales completos y con la familiaridad de una conversación a fin de proporcionar un ejemplo de la muchas experiencias individuales que no han sido formalmente registradas.

Me encontraba viviendo en Austria. Fue en el año 1942. Estaba en aquella época en Stalag 17A y era prisionera de guerra en un campo de concentración en la frontera de Hungría. Se encontraban allí otras personas jóvenes como yo, cuyos padres trabajaban en el movimiento clandestino de resistencia.Debido a que yo era muy corta de vista me dieron dos semanas de permiso para procurarme en Wiesbaden los servicios de un oculista. Este médico oculista era muy prominente y yo le había escrito consultándole si podía atenderme. Cuando me examinó por primera vez me informó que no podía hacer nada tener por mí y que lo que yo necesitaba era tener fe en Dios.

Mi respuesta fue: "¿Cómo puedo tener fe en Dios? ¿Quiere que obtenga esta fe del aire? a lo cual me respondió que no, pero que él podía facilitarme un libro y que si yo podía comprender a Dios tendría fe. Me dio el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mrs. Eddy, edición en alemán e inglés.

No lo leí. No me encontraba interesada en religión. No quería saber nada acerca de Dios. Pero cada día, cada vez que iba a su consultorio me preguntaba si había comenzado a leer el libro. Finalmente comencé a leerlo. Y creo que las dos cosas que me sorprendieron más y me hicieron pensar que esto era algo maravilloso fueron, primero que nada, la definición de Dios. Pensé que si Dios existía, tenía que ser como lo definía Mrs. Eddy al comienzo del capítulo "Recapitulación". Y lo segundo fue la idea de que el bien tenía más poder que el mal y que nosotros podemos probar esto en nuestras vidas. Para mi esto fue maravilloso porque antes me parecía que estábamos rodeados del poder del mal y por nada más.De manera que cuando tuve que regresar al campamento quise llevarme el libro. Al comienzo el doctor no quería dármelo debido a que no se podía comprar libros en aquel tiempo. Ofreció enviarme pasajes del mismo, pero yo quería el libro. Así es que me lo dio, como también un Heraldo de la Ciencia Cristiana en alemán.Cuando regresé al campamento, lo poquito que había leído del libro en más o menos de una semana, fue suficiente para cambiar tanto la expresión de mi semblante que algunos en el campamento no me reconocieron. También me había procurado una Biblia en mi regreso al campamento, y cuando llegué comencé a estudiar día y noche. La lectura absorbió todos mis pensamientos. Me senté en la pieza que teníamos, un solo cuarto para doce mujeres, con una sola bombilla de luz en el techo. Me senté en el suelo y dediqué cada minuto que pude al estudio.Había recibido el libro en septiembre de 1942 y mientras lo estudiaba en enero de 1943, he aquí que de repente obtuve una vislumbre de lo que es el hombre: la imagen y semejanza espiritual de Dios. Fue como si una niebla se hubiera disipado y vi que el hombre - como lo es realmente, no puede ser detenido en una prisión, no puede ser confinado a un campo de concentración, porque es tan ilimitado y libre como lo es Dios. Prácticamente parecía ridículo pensar que se pudiera retener al hombre detrás de cercos de alambres o confinarlo de cualquier forma.

De manera que tomé mi Biblia, Ciencia y Salud, mi Heraldo en alemán y unos pocos efectos personales y me encaminé fuera del campamento a plena luz del día. No traté de ocultarme. Caminé por la única calle que había para salir del campamento. Había torres de vigilancia, había continuamente soldados de turno y tenían camiones y vehículos con ametralladores. Pero caminé por cerca de dos horas y media hasta llegar a la estación de ferrocarril más cercana y tomé un tren para Viena. Nadie vino a buscarme, nadie siquiera me vio salir.

Mi motivo, mi único deseo, era aprender más, comprender más de estas enseñanzas. Me parecía que no podía comprender lo que se decía acerca de Dios. No podía entender las explicaciones concernientes a la existencia espiritual porque todo lo que yo había conocido hasta entonces era la existencia material, lo que podemos ver, sentir y oír con nuestros cinco sentidos.

Traté entonces de encontrar a mi padre que en aquel tiempo se encontraba trabajando en el servicio clandestino contra Hitler. Lo encontré y conversé con él en una calle por espacio de media hora. Rápidamente le conté que había encontrado estas enseñanzas y que yo las consideraba maravillosas. Que tenía una necesidad enorme de saber acerca de ellas y que imprescindiblemente necesitaba que me diera dinero para encontrar a las personas que pudieran explicármelas. Él pensaba que esto era cosa de lo cual debía cuidarme, no obstante me dio el dinero que le pedí. Aquella fue la última vez que vi padre.Tomé el dinero y lo puse en un pequeño libro de ahorros que uno puede llevar a cualquier oficina de correos y girar los fondos que necesite. Con el Heraldo en alemán en mano, traté sistemáticamente de encontrar en alguna parte un Científico Cristiano que me pudiera ayudar. Comencé con Viena, y allí no pude encontrar a nadie, salvo Sra. XXX quien en aquel tiempo estaba viviendo con la Princesa YYY en su palacio como su dama de compañía. Estaba dispuesta a recibirme.Me dijo que el movimiento de la Ciencia Cristiana estaba prohibido -que no era permitido practicar o hablar de la Ciencia Cristiana en el III Reich, que existían iglesias pero estaban clausuradas, que había Salas de Lectura, pero que también estaban clausuradas. Opinó que lo mejor que podía hacer era estudiar, escuchar y meditar. Me aseguró que lo que contenía Ciencia y Salud era la verdad y que yo debía continuar discretamente con mi estudio y no hablar de ello. Me dijo que no podría verme nuevamente.

Pero todavía era tanta la necesidad que sentía de hablar con alguien que decidí dirigirme al norte, a Alemania Oriental, y encontrar allí a algunas personas que se anunciaban en el Heraldo en alemán. Finalmente me dirigí a Breslau.

Debo agregar que cuando salí del campamento no tenía documentos de identidad. En el III Reich era absolutamente necesario tener una tarjeta de identidad porque continuamente identificaban a las personas en los trenes, en los tranvías y en las calles. Pero a mí nunca me interrogaron. Nadie me pregunto jamás de dónde venía o qué hacía, a pesar de tener la edad en que la gente tenía que trabajar o tomar parte de una manera u otra en alguna actividad en el esfuerzo por ganar la guerra. Tampoco tuve una tarjeta de racionamiento para obtener alimentos entes porque para obtener una tarjeta para alimentos había que tener una tarjeta de identidad. No obstante, siempre tuve algo que comer cuando lo necesitaba. El no poseer una tarjeta de identidad significaba también que no podía ir a ningún hotel, ni a casas de hospedaje. Pero precisamente en aquellos tiempos la estación tenía una cantidad de sillas de lona porque todo el mundo andaba viajando de un lado para otro. Había muchos soldados que regresaban del frente, había personas que habían perdido sus hogares por los bombardeos aéreos, y había un movimiento continuo de personas sin hogar, de manera que era cosa enteramente normal pasar la noche en una estación de ferrocarril en espera del siguiente tren. Nadie me interrogó jamás. Para esta fecha, mediante la lectura del libro de texto de la Ciencia Cristiana había adquirido la convicción de que Dios existe, de que está muy dispuesto a cuidarnos, de que podemos pedirle a Él consejo y dirección, y de que recibiremos la respuesta. Y descubrí que recibía respuestas muy directas y apropiadas. Recuerdo que en Breslau no tenía idea de a dónde iría a parar. . . No sabía qué hacer. De modo que sencillamente recurrí a Dios y dije: «¿Qué hago ahora?» Y me vino al pensamiento que debía ir a Berlín. Esto ocurrió en 1943 cuando los bombardeos aéreos eran frecuentes. No obstante, seguí la voz interior. Compré un boleto para el tren nocturno. Todo estaba a oscuras debido a los bombardeos y la persona que tenía más cerca era un soldado que acababa de regresar del frente ruso. El tren se puso en marcha y mientras permanecíamos allí hora tras hora, el soldado comenzó a contarme todas las experiencias que había tenido en el frente.

Esta clase de comunicación íntima nacida del corazón me impulsó a hablarle algo de la Ciencia Cristiana, a decirle que sentía que era una cosa maravillosa, que no podía encontrar a nadie que me explicara algo, y que sin embargo yo había tenido pruebas, de manera que pensaba que debía ser la verdad. Sería algo tan maravilloso, le dije, si fuera verdad y que sólo deseaba poder encontrar a alguien con quien conversar para descubrir si había realmente personas que vivían de acuerdo con estas enseñanzas.

Y me dijo: "¡La Ciencia Cristiana! Yo he oído algo acerca de esto en alguna parte. ¿Sabe una cosa? Tengo una tía que tiene una amiga, y creo que esa amiga es Científica Cristiana; su nombre es Srta. ZZZ y vive en Rostock. Vaya a verla. Creo que es Científica Cristiana".

De modo que después de pasar un día en Berlín en distintos refugios contra los bombardeos, regresé a la estación y me dirigí rumbo a Rostock que está al noreste de Lübeck y es un pueblo muy pequeño en el norte de Alemania. Allí encontré a la señorita mencionada. Vivía en la dirección que me fue dada. En aquel tiempo tenía más de ochenta años de edad. Era una persona muy agradable. No abrigaba temor alguno. Era Científica Cristiana. En Rostock había un pequeño grupo de Científicos Cristianos. Nunca fueron molestados y sus libros nunca les fueron quitados. No celebraban reuniones en aquel entonces, pero poseían toda la literatura. Me dijo que podía visitarla y conversar con ella y que me daría cualquiera de los libros que yo deseara.

Por ella me impuse acerca del movimiento de la Ciencia Cristiana. Trató de responder a todas mis preguntas, y cuando pienso en ella le recuerdo que fue su porte erguido y el amor que expresaba lo que realmente me impresionó, además de su completa falta de temor. Hacía lo que era justo, lo que consideraba correcto, no obstante las amenazas. Ella, personalmente, no había recibido amenazas, pero se daba por sentado que uno no debía hablar de la Ciencia Cristiana.

No pudo darme alojamiento porque estaba viviendo con una hermana en un pequeño departamento, pero me dijo que podía ir a conversar con ella cuando quisiera. De manera que pensé que era importante que yo encontrara alojamiento cerca de ella, pero no me era posible alojarme en ningún hotel o casa de huéspedes o cosa semejante[RSF1] .

Así es que, como ya era mi costumbre, me paré en la calle y pedí a Dios que me dijera lo que debía hacer.

En pensamiento me vino de ir a la ferretería y comprar algo pequeño. Al entrar saludé al dependiente de la manera austríaca. Dos señores que salían del negocio se pararon súbitamente. Habían reconocido mi acento austríaco y me preguntaron si era austríaca, a lo que respondía que sí. Me dijeron que ellos también eran austríacos y que se encontraban trabajando en el esfuerzo de ganar la guerra. Ambos eran nazis y tenían un automóvil. Me preguntaron si podían hacer algo por mí, dado que era su compatriota y el norte de Alemania estaba tan lejos de Austria. Les dije con franqueza que necesitaba alojamiento.

Pensaron que podrían encontrarlo y me llevaron a Warnemuende, que es un balneario en el Mar Báltico. Estaba repleto de casas de huéspedes y hoteles. Todos estaban desalojados porque todo el mundo había sido evacuado. Aquel lugar era considerado zona de guerra por temor a que los ingleses desembarcaran en cualquier momento. De manera que consideraron que yo podía ocupar cualquier casa de huéspedes que me gustara y me quedara allí. No obstante, mientras viajábamos hacia aquel lugar, y para mí esto fue nuevamente una demostración del Amor - ellos hablaron entre sí y opinaron que no sería bueno para mi vivir sola en una casa de huéspedes. Entonces se acordaron de una anciana, dueña de unas de estas casas de huéspedes, que se había rehusado a ser evacuada. Ella deseaba solamente quedarse donde había vivido siempre y la policía se lo permitió. Era casi la única persona que vivía en Warnemuende en ese entonces. Me llevaron, por tanto, a su casa y le preguntaron si podía darme alojamiento. Quedo encantada de tener una inquilina y me dio la mejor pieza que tenía, en el primer piso, con vista a los canales y al mar. Tenía un gran sillón muy cómodo para sentarme a pensar, una cama buena y confortable. Me quede con ella hasta cerca de agosto de 1943: iba tres o cuatro veces por semana a Rostock a conversar con la señorita, quien me prestó nuevos libros, y hacía largas caminatas a orillas del mar para leerlos.

Durante todo ese tiempo siempre tuve alimentos, aunque no tenía tarjeta de racionamiento para obtenerlos. Y a veces obtenía comida, de manera muy curiosa. Un día alguien me dio una tarjeta de racionamiento para obtener pan para un mes entero, sencillamente me la dio y jamás volví a ver a esa persona. En otra ocasión un policía me paró, era un domingo y me hallaba caminando a orillas del mar con libro y me preguntó si ya había comido, a lo cual le contesté que no, Me informó entonces de un lugar atractivo donde servían comidas muy buenas. Estas comidas tenían cierta importancia en aquel entonces que no se conseguía comida frecuentemente con las tarjetas de racionamiento, es decir, buena comida. Le di las gracias por la información y pronto, él volvió en su bicicleta y me dijo: "Se me ocurre que quizás usted no tenga los cupones necesarios". Y me dio exactamente los que necesitaba para una comida. Arrancó de su tarjeta cupones para carne, pan, mantequilla y para otras cosas por el estilo, todo lo necesario para una comida. Jamás olvidé esto, porque ahí estaba yo sin tarjeta de identidad y él podía haberme arrestado, pero en cambio me dio suficientes cupones para poder comprar una comida.Aquel fue un período de gran provecho para mí. Creo que progresé mucho en ese lugar. Pienso que la inmensidad del mar, la paz y la quietud de aquel lugar me ayudaron grandemente para entender grandeza y amplitud de Dios.A fines de julio vi a los dos jóvenes que me habían llevado allí. Vi en la localidad, pero en otro lugar y a veces los encontraba en la calle. Me pareció que me hacían muchas preguntas y que me miraban de cierta manera sospechosa. Tuve la sensación de que quizás debía irme de allí. No me sentía ya completamente segura ni grata en aquel lugar, de manera que me despedí de la dueña de casa, le di las gracias a la señorita por las muchas horas que me había dedicado para explicarme la Ciencia Cristiana, y me fui.Cuando salí de Rostock me dirigí a Hamburgo. Llegué a Hamburgo hacia fines de julio de 1943. Aquella noche comenzó un bombardeo aéreo que duró una semana. Creo que los ingleses venían de día y los americanos de noche o viceversa. Vinieron continuamente durante una emana hasta que la ciudad quedó completamente destruida. El sufrimiento fue horrible. Todo estaba en llamas.Esta fue la primera vez que me fue posible probar realmente la eficacia de la Ciencia Cristiana. Mi atención fue dirigida al Salmo 91. Más tarde descubrí que el Salmo 91 es el Salmo de la protección. En aquel entonces no lo sabía; no obstante, fue allí donde se abrió mi Biblia. Con este Salmo 91 no solamente me sentí reconfortada y protegida, sino que también las demás personas a mi alrededor se sintieron reconfortadas y protegidas. Yo se los leí en uno de los refugios contra bombardeos aéreos - no era precisamente un refugio, era un sótano y ellos estaban muy quietos y tranquilos. Pero entonces la casa se derrumbó y tuvimos que abandonar aquel refugio también.

Debe de haber sido a la mañana siguiente, un domingo en la mañana (el humo era tan denso que nunca veíamos la luz del día), que el sufrimiento era tan grande que me sentí impulsada a ayudar. Encontré a un grupo de jóvenes parecidos a los Boy Scouts, excepto que era una organización formada por la juventud Nazi. Iban a los sótanos y trataban de sacar a las personas de debajo de los escombros y las colocaban en la calle. Cualquier persona que deseara ayudar era puesta a trabajar. En realidad trabajaba como enfermera. Lo que se debía hacer era determinar si las personas aún vivían. Si aún vivían, debía lavárseles los ojos y la nariz, quitarles el polvo de manera que pudieran respirar y abrirles los ojos. Si estaban muertas entonces había que ir a la personas siguiente. Había gran escasez de agua. Yo no tenía más que una cantimplora con agua.

Había estudiado tanto y estaba tan segura de la presencia de Dios, de su apoyo y de Su amor, que creo que ni siquiera se me presentó el pensamiento de la muerte. Me arrodille al lado de la primera persona y le hablé acerca de Dios, que Él era la Vida y que ellos reflejaban esta Vida. Me arrodillaba allí hablándoles hasta que abrían los ojos. Entonces les lavaba los ojos y la nariz y seguía con otra persona.Había además otro grupo trabajando y cargaban a las personas que tenían los ojos abiertos, y que era obvio que estaban con vida, y las subían a un camión. El camión las llevaba fuera de Hamburgo a los pueblos vecinos donde toda la gente había abierto sus casas y las alojaban y alimentaban hasta que se recuperaban un poco.Me acuerdo bien de aquella larga fila de gente en medio de la calle y de las filas de casas que ardían. Me arrodillaba al lado de cada uno y les hablaba de Dios y de la Vida, y todo fue tan natural. Abrían los ojos y entonces se los lavaba y continuaba con la persona siguiente. No sé cuánto tiempo duró aquello... quizás un día, tal vez dos días....Ya para entonces debe haber sido el martes y alguien se acercó a mí y me subió a un camión diciéndome: "Ya basta para usted".El camión nos llevó a las afueras y me condujeron a una pequeña aldea. Allí algunas personas me recibieron, me alimentaron dándome a beber jugos. Todos teníamos los labios muy hinchados a causa del humo, y los tobillos también hinchados, pero aparte de esto me sentía bien.Dormí durante toda la noche, y al día siguiente quería ayudar. Deseaba hacer algo. Fui a la Cruz Roja y les pregunté si podía ayudar y me respondieron que si. Me instalaron en una escuela convertida en hospital. Había filas de personas acostadas en el suelo, principalmente con quemaduras; había un médico, dos enfermeras y yo. Teníamos que atender a 140 personas - 70 en cada piso.Mis experiencias de aquel tiempo de poder confortar, ayudar y sanar ne demostraron paso a paso que la verdad da resultados. La podía practicar, la podía demostrar.Bueno .... es prácticamente el fin. Regresé a Viena hacia fines de año. En ese entonces tenía yo poco más de veinte años. Me había casado y mi esposo se encontraba en el frente de batalla.

En la primavera de 1945 los rusos vinieron a conquistar Viena. Habían conquistado Budapest; habían luchado en Budapest durante dos meses. Fue un combate horrible acompañado de gran crueldad y barbarie. La radio estaba repleta de informaciones acerca de las cosas que habían perpetrado y aconsejaban que todo el mundo se alejase antes de que llegaran. Había también muchos relatos verbales, pues muchos de los húngaros que habían venido al oeste habían traído consigo sus horrorosas historias.

Bueno, es el caso que yo negué aquellos relatos basándome simplemente en el hecho de que sentía que todo lo que era verdad para uno era verdad para todos, no importaba cuál fuera su nacionalidad o si eran amigos o enemigos. No estaba dispuesta a aceptar cosa alguna que sabía no era la verdad desde el punto de vista de la creación perfecta de Dios.

No obstante, me habría gustado salir de Viena, y una mañana un amigo de mi esposo vino con un camión y me dijo: "Pronto, pronto, empaque algo. La voy a llevar más allá de la frontera. La voy a sacar de Austria; si es posible la dejaré en la frontera suiza".

Al principio esto me pareció maravilloso porque yo había sido criada en Suiza, un país libre y sin guerra; parecía un sueño. Entré corriendo a la casa para recoger algunas cosas pensando que ésta era la respuesta a mis oraciones. No obstante, como había estado constantemente confrontada a tomar grandes decisiones, estaba tan acostumbrada a recurrir a Dios antes de tomar cualquier decisión que me detuve en el pasillo y dije espontáneamente: "¿Qué debo hacer yo?" Y la respuesta vino enseguida: "¿De quién estás huyendo? No hay enemigos". Me di cuenta que en la creación de Dios no hay enemigos ni de qué o de quién huir.De manera, entonces, que regresé a donde estaba el joven esperándome y le dije que no iría con él, que me quedaría precisamente en ese lugar. Trató de persuadirme; pensaba, por supuesto, que tenía una obligación para con mi marido, su amigo, de llevarme a un lugar seguro, y consideraba que yo estaba actuando en forma muy tonta y absurda. No obstante, me quedé, sintiéndome segura de que había obrado bien. Para entonces ya había aprendido que si escuchaba la voz de Dios tenía que obedecerla, y me quedé. Al permanecer en aquel lugar pude ofrecer alojamiento a una prima mía que había perdido su hogar, y a otras personas también.No disponía de mucha comida. Nadie tenia alimentos en aquel tiempo, pero en la esquina de mi calle, a sólo unas cuantas casas de distancia, había un almacén de comestibles. El almacenero era un hombre grande y grueso quien solía venir a mi departamento en busca de paz, tranquilidad y descanso. Esto era algo gracioso porque este hombre era unas dos veces más grande que yo y tenía el doble de mi edad. Pero venía y decía: "Esto es como un oasis". Y cada vez que venía, traía un pan grande y otras cosas. Otras personas venían también y decían: "Hay mucha tranquilidad aquí". Y todos traían algo. ¿Y saben? Siempre tuve suficientes alimentos para las personas que debía alimentar y para mí.

Hubo mucha lucha en las calles cuando vinieron los rusos. La mayor parte de ellos eran rusos asiáticos que tienen costumbres que datan de la Edad Media. Cuando llegaban a una ciudad, disponían de tres días para saquear y robar y para hacer todo lo que se les antojaba. Ni aun su mismo comandante podía hacer nada para evitarlo y dijo a los habitantes de Viena que lo único que podían hacer era encerrarse en sus casas. Fueron muchos los rusos que vinieron a mi casa, pero yo permanecí completamente libre de temor. ¡Estaba tan convencida de la verdad de que hay un solo hombre, el hombre hecho a la imagen de Dios!Tal vez venían para robar, pero terminaban con uno de sus bailes rusos para divertirnos a mi prima y a mí y salían golpeándonos en la espalda y llamándonos "Mamuschka". Así es que en realidad fue una protección completa. Y nos traían alimentos también de manera que disponíamos de suficiente comida. Algunas de las personas de mi calle lo notaron y me dijeron: "Usted y su casa son el punto ciego en los ojos de todos los rusos".Continué leyendo el libro de texto desde el principio hasta el fin (aquella era ya como la cuarta vez que lo hacía). Mi deseo de conocer más acerca de la Ciencia Cristiana me hizo sentir grandes deseos de ir, tan pronto como pudiera, a Inglaterra. Tan pronto tuve la oportunidad fui a Inglaterra. Como es sabido, los ingleses habían demostrado tener maravillosa firmeza y constancia. Ellos, los Científicos Cristianos ingleses, se mantuvieron firmes apoyados en la verdad que habían aprendido. Los testimonios en las iglesias de Inglaterra después de la guerra eran tan sencillamente maravillosos y me convencieron totalmente que éste era el camino. En consecuencia, me afilié a una iglesia en Londres y poco después me afilié a La Iglesia Madre y recibé clase de instrucción Primaria en la Ciencia Cristiana. Y esto es todo.L. Adrienne Vinciguerra

Santee, California

Tiene su qué ver por su contemporaneidad: Arresto de Anna Frank La mañana del 4 de agosto de 1944 la Grüne Polizei ("Policía del Orden", fuerza policial uniformada cuyas funciones ejecutivas recaían en la dirección de las SS) asaltó la achterhuis.

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